El convento tenía, por dentro y por fuera, un aspecto más levantino que castellano, pero un aspecto levantino un poco seco, un poco jesuítico. Todas las paredes enjalbegadas de cal, brillaban cegadoras; el suelo, cubierto de ladrillos rojos estaba embadurnado de almazarrón y las salas principales tenían un zócalo pintado de azul intenso. (…) Las celdas eran pobres como correspondía a las reglas de la orden. En los pasillos alternaban algunos cuadros oscuros con cruces de madera negra.”

Desde las ventanas altas de la galería, abiertas por encima de la muralla, se veía en verano el cielo uniformemente azul; en otoño, las nubes fantásticas de oro y de sangre del crepúsculo, en invierno, el horizonte gris y a veces amenazador y las turbonadas de viento con polvo y con hojas secas”.

 

Cualquiera que pasee por las estancias del convento no tendrá dificultad en entender cómo era la vida ascética y privada de todo goce mundano que relata en este texto Pío Baroja. El escritor debió de conocer bien el convento por la minuciosidad de detalles que da en su descripción y sus palabras nos remiten al aspecto que tenía en 1931, año en que escribió “La venta de Mirambel”.

 

LA FUNDACIÓN

En el mes de abril de 1564 se concedió el permiso para construir el convento con la cesión de la ermita de Santa Catalina que se convertiría en iglesia de la comunidad. También el antiguo hospital anejo a la ermita pasaría a formar parte de las dependencias del convento.

Lo fundan tres agustinas procedentes del convento de la Esperanza de Valencia. La priora fue en su fundación, sor Violante de Castelví, sobrina de Juan Isidoro Aliaga, arzobispo de Valencia. Fue un convento muy rico y con abundantes vocaciones provenientes de las mejores familias de la zona. Además contribuyó a la fundación de otros monasterios de clausura femenina de la orden en Morella (1595), Santa Mónica en Zaragoza (1647), San Mateo (1590) y Uldecona 1724.

Algunas de las monjas más destacadas fueron: Sor Ángela Martín, natural de Mirambel, Magdalena de Palomar, nacida en Cantavieja, Mónica Taraçona, natural de Tronchón (1603†) Isabel Aliaga de La Iglesuela y sobrina también del arzobispo Isidoro Aliaga, Margarita Gil, natural de Forcall que tomó el hábito en 1615. Aunque todas ellas, ricas o pobres debían vestir el mismo hábito y compartir los bienes que aportaban al convento.

 

LAS NOVICIAS

Las novicias pasaban un año, después de tomar el hábito y cumplido el plazo hacían solemne profesión de fe. Tenían que cantar en el coro y asistir a los oficios divinos. Se esperaba de ellas que empleasen el máximo de horas posibles en la oración y que mortificasen su cuerpo con disciplinas, ásperos cilicios y continuos ayunos. Aquellas que tuvieron verdadera fe intentaron cumplir con estos preceptos. Pero en algunos casos, no era la fe exacerbada la causa de su ingreso en la institución, sino el interés del entorno familiar por salvaguardar su honor. Las novicias provenientes de familias nobles y con poder económico aportaban dotes, rentas, etc… que ayudaban al sostenimiento de la comunidad.

 

LA IGLESIA DE SANTA CATALINA

La iglesia fue despojada de sus altares durante la Guerra Civil pero todavía conserva íntegro el órgano al que se accede a través del coro alto, donde se sentaban las monjas. El coro está separado de la nave de la iglesia por unas celosías que evitaban que fuesen vistas por los que asistían a la misa.

 

Los arcos apuntados de la nave, probablemente del momento de su reconstrucción en 1413, soportan unas bóvedas con una profusa decoración floral que ocultan la anterior techumbre con relieves en yeso. Esta techumbre que hoy solo puede verse desde el coro, pudo construirse cuando se adaptó la ermita a sus nuevas funciones como iglesia del convento.

 

EL PORTAL DE LAS MONJAS

La celda de la superiora es la más amplia del convento con dos alcobas y con acceso al agradable mirador ubicado sobre el “portal de las monjas”. En el segundo piso sobre el arco del portal unas celosías realizadas en barro cocido con unas curiosas formas geométricas, evitaban que la superiora fuese vista mientras se asomaba al mirador, curioseando el animado ambiente de la calle mayor. Además de las vistas privilegiadas a las que se tenía acceso, la celda que probablemente fue ya de la fundadora del convento, sor Violante de Castellví, era menos austera que la del resto de monjas y contaba con una modesta capilla decorada con grisallas renacentistas representando a Cristo crucificado acompañado de la Virgen y San Juan.

 

EL CÓLERA

En 1855 se desató una epidemia de Cólera que en Mirambel acabó con más de un centenar de vidas. En el convento más de la mitad de las religiosas murieron y las autoridades civiles ordenaron el cierre.

Desesperadas las religiosas se dirigieron a la Reina Isabel II rogando ayuda evitar que el convento fuese desalojado. Para ello argumentaron un episodio de la historia del convento que se produjo un par de décadas antes, durante la Primera Guerra Carlista.

 

UN COMPAÑÍA DE SOLDADOS LIBERALES ESCONDIDOS EN EL CONVENTO

Mirambel estaba siendo atacado por el Serrador, cabecilla de los carlistas. En el ataque quemó la iglesia parroquial con los soldados liberales que se habían refugiado dentro. Al mismo tiempo, una compañía de20 liberales intentaba escapar de aquel horror buscando refugio en el convento. Las religiosas ocultaron a los liberales asumiendo el riesgo de ser descubiertas y represaliadas. Pio Baroja novela este suceso contando que tras separar a los heridos y esconder al resto de soldados en la cripta, las monjas continuaron cantando la oración del día. Los carlistas un poco sobrecogidos no se atrevieron a interrumpir la oración.

 

LA ESCUELA

Como premio al valor que demostraron las monjas escondiendo a los liberales, Isabel II dispuso la apertura de una escuela para niñas en el pueblo. La nueva escuela evitaría el cierre del convento que parecía eminente tras la epidemia de cólera. En ella se adquirían conocimientos de gramática, geografía, aritmética, nociones prácticas de corte en ropa blanca, cosido y remiendo, calados y bordados.

Imagen del convento de las m agustinas

LA GUERRA CIVIL

Durante la Guerra Civil las monjas tuvieron que volver sus casas familiares.

 

EL CIERRE

En 1980 las monjas abandonan el antiguo convento de Mirambel, después de más de 400 años de historia, para trasladarse a Benicassim donde todavía mantienen el nombre de Convento de Ntra. Sra. De Mirambel.

Texto: Sonia Sánchez (Técnico Patrimonio de la Comarca del Maestrazgo)